RiverfestejosLa situación se desbordó tras cinco horas de celebración pacífica.
 
Pedradas, pelotas de goma y gases lacrimógenos enturbiaron la fiesta.
 
Se había hecho todo para evitar una nueva escena de violencia futbolística en Buenos Aires, hasta jugar la final a un océano de distancia. 
 
Durante horas, cinco, pareció que iba a ser posible: un festejo en el Obelisco sin daños mayores. Pero pasada la medianoche, el dispositivo policial que hasta entonces parecía exagerado, tuvo que entrar en acción. 
 
Algunos hinchas de River iniciaron una batalla campal contra todo, y comenzaron a lanzar piedras y botellas a los agentes y a los negocios que seguían abiertos. 
La fiesta terminó: comenzaron las carreras, los gases lacrimógenos, las pelotas de goma. 
 
La calzada acabó convertida en una alfombra de vidrios. 
 
La imagen fue un injusto cierre para una celebración familiar y festiva, pero no sorprendió, realmente, a nadie. 
 
Así suelen terminar las grandes concentraciones de personas, para festejar o para protestar, en Argentina. 
 
Siempre hay un grupo que lo enturbia todo. Por el momento no se han reportado heridos y los diez detenidos han sido liberados, según la Policía local. 
 
El choque entre manifestantes y agentes fue intenso pero rápido. 
 
En menos de una hora, el área del Obelisco ya había quedado desalojada y comenzaban su trabajo los servicios de limpieza. 
La Policía de la ciudad había anunciado un gran despliegue de seguridad, pero desde el minuto uno de las celebraciones se vio que algunas normas no se hicieron cumplir, como la prohibición de la pirotecnia y del alcohol en el perímetro de seguridad y a 500 metros de él. 
Durante las dos horas que tardó en prenderse el festejo, los cohetes y fuegos artificiales llenaban el espacio físico y sonoro que sobraba aún en la zona. 
La fuerte lluvia empañó el inicio de la fiesta y ralentizó la llegada de los hinchas, pero los millonarios exhibieron en el Obelisco, los alrededores del Monumental -su estadio huérfano de gran final- y otros puntos emblemáticos de todo el país su orgullo por haber ganado una Libertadores a su eterno rival, Boca. Aunque fuera en otro continente, la Copa se queda en casa.
Buenos Aires se resignó a ver "el partido argentino de todos los tiempos" -ya casi nadie lo llama así- en casas y bares.
 El Monumental y la Bombonera, inertes. 
El Obelisco, epicentro emblemático de las celebraciones futboleras, blindado. 
Ni alcohol ni pirotecnia en el amplio perímetro de seguridad, tampoco a 500 metros de él. 
Despliegue y dispositivo policial de máxima alerta. Otra fotografía de violencia porteña con la final a un océano de distancia sería demasiado. Demasiada la vergüenza.
Buenos Aires no es Madrid. Uno puede recorrer un par de barrios, norte o sur, en un día como este domingo y no enterarse de que los dos grandes equipos de la ciudad, del país, se miden en el partido más importante de su historia. Los argentinos son más de juntarse en las casas. 
En lugar de encuentro social no es el bar, es la casa, es el asado. Y, hasta el diluvio de la tarde, este era un domingo primaveral de postal para juntarse en torno a unos choripanes y unas Quilmes bien frescas. Al bar van, sobre todo, los que no tienen cable para verlo. Mauricio Macri terminó en 2017 con "el fútbol para todos" de Cristina Fernández Kirchner, que desde 2009 había permitido ver en abierto el deporte-religión del país. 
Pero eso no significó una vuelta en aluvión a las cafeterías: con Macri también llegó una crisis brutal que convierte en un lujo pasarse varias horas consumiendo en un local.
El que no tiene ni para verlo en televisión ni para verlo fuera se agarra a las páginas web piratas. Se queda en casa.
Cuando se le pregunta a los argentinos por esta diferencia evidente con España, señalan la costumbre, la economía, pero también la violencia. No quieren arriesgarse a que un 'quilombo' de bar acabe mal. Otros no soportan tener al lado a alguien celebrando los goles del equipo contrario.
Es la prohibición de la hinchada visitante (desde 2013 los estadios son monocolores en Argentina) hecha cultura social. 
El argentino se ha acostumbrado a ver los partidos en la comodidad del hogar, entre afines.
La Guitarrita es una excepción. Fundada por dos exjugadores de Boca y Racing, esta franquicia ofrece quizás lo más parecido a un bar de fútbol español que puede encontrarse en Buenos Aires. 
Este domingo volvió a poner la pantalla grande, pero con el halo de desgana y hartazgo que empaña, a estas alturas, esta final. "Se llama Copa Libertadores, que se juegue en Europa es...", comentaba moviendo la cabeza Pablo García, encargado del local de Olivos, al norte de Buenos Aires. 
La cafetería Tachos es la más cercana al Obelisco que ofreció el partido. Muchos negocios no lo hacen, para evitar incidentes. Reunió frente a su proyector a trabajadores varados en el centro de Buenos Aires, inmigrantes venezolanos y otras personas que no tenían otro lugar donde verlo o querían estar muy cerca del Obelisco por si tocaba festejar. Hinchada mixta. Gente que celebra con cara de sufrir y miradas fulminantes entre mesas rivales. "Como ganemos, salimos a romper el McDonalds", decía Maxi Vázquez, de Boca. "Si no ganamos, también", bromeaba su amigo. 
El McDonald's del Obelisco porteño ha sufrido tanto que tiene hasta una cuenta de Twitter, hermana ahora de una del "McDonald's de Madrid". 
La sorna es un bien compartido a uno y otro lado del Atlántico. Pero al fútbol argentino le sobra tensión y le falta fiesta. Cuando terminó el partido, llovía con fuerza en Buenos Aires. 
"Lo único bueno es que hoy no va a celebrar Macri", repetía Manuel Hernández, consolándose a sí mismo mientras la calle comenzaba a sonar a triunfo de River. El presidente argentino dirigió durante 12 años Boca Juniors. Seguro que este no fue su mejor domingo. 
La lluvia apareció a tiempo como el último elemento en aguar esta final imposible. Hinchas de River comenzaron a congregarse en el Obelisco en cuanto terminó el partido, pero en un goteo más lento que el que caía del cielo. 
"Es una final manchada, pero esto, esta victoria, queda para toda la vida", comentaba Marco, uno de los primeros en llegar al corazón de este Buenos Aires con medio latido en Madrid.
 Entre las dos capitales este domingo hubo mucho menos que lo que dicen los mapas.

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