SYDNEY (AP) — Hubo un momento clave en la vida de Queen Pangke Tabora: El día en que se puso una cola de sirena.
Para esta filipina transgénero de mediana edad, ver sus piernas convertidas en una cola de sirena de neopreno, con escamas de colores vibrantes, fue cumplir un sueño que tenía desde la niñez. Marcó asimismo el inicio de una inmersión en un mundo acuático en el que encontró aceptación.
Ex empleada de una aseguradora, Tabora describió la experiencia de nadar bajo el agua, mitad humana, mitad sirena, como una “meditación en movimiento”.
“Fue una sensación increíble”, expresó Tabora una mañana reciente mientras lucía una cola roja en una playa al sur de Manila, donde ahora enseña a nadar como sirena y buceo libre a tiempo completo. “El mundo exterior es ruidoso. Bajo el agua encuentras paz. Sobre todo durante una pandemia”.
En todo el mundo abundan las personas como ella. Humanos de todas las formas, géneros y clases sociales que disfrutan vistiéndose de sirenas. Hay convenciones y competencias de sirenas, así como grupos de “sirenómanos” que dieron nacimiento a una industria multimillonaria de colas de sirena.
En un planeta abrumado por guerras, enfermedades y convulsión social, mucha gente busca refugio en el agua. Tal vez Sebastián, el malhumorado cangrejo de la película “The Little Mermaid” (La sirenita) de 1989, tenía razón cuando le dijo a Ariel, una sirena a la que le gustaba estar en tierra firme: “El mundo de los humanos es un caos. ¡La vida debajo del agua es mejor de lo que tienen ellos allí!”.
Lejos de las críticas y de la agitación de la vida en tierra firme, el mundo de las sirenas es una alternativa más cálida, amable y divertida que el mundo real. Es además un mundo en el que uno puede ser lo que quiera ser, según los sirenómanos.
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